Las etiquetas están bien para las prendas de ropa, aunque últimamente con el tamaño que tienen la mayoría opta por cortarlas tras el primer lavado, en realidad una vez que la leemos y sabemos como tratar a esa prenda no volvemos a necesitarlas.
Algo parecido nos ocurre con las personas. Si nadie nos ha facilitado una etiqueta de una persona previamente a conocerla, buscamos en nuestra mente inconsciente o conscientemente similitudes con otras con las que hemos tratado y le etiquetamos. Para nuestra «tranquilidad» ahora sabemos cómo interactuar, ya no necesitaremos mirar la etiqueta en futuras ocasiones.
Es curioso que tratemos a objetos de la misma forma que a un ser semejante. Aceptamos que nosotros hemos cambiado, que no somos los mismos, que hemos mejorado en algunas facetas, reconocemos nuestros esfuerzos en un área, sufrimos con situaciones que no logramos superar, trabajamos conflictos que no vemos por donde atajar,… pero cuando vemos al otro, al de la etiqueta, solo vemos aquella etiqueta con la que le marcamos, y pensamos algo así como… ¡ya lo calé desde el primer momento, ahora que no me venga con historias que sé por dónde va!.
Etiquetar a los demás, nos da seguridad pues simplemente nos permite seguir en nuestro rol a la hora de tratarle. No solo lo realizamos a los demás, también sufrimos esas etiquetas. Basta con encontrarnos con una persona a la que hace mucho que no vemos, no solo nos trataremos bajo la etiqueta que recordamos ambos, sino que actuamos como en aquel instante pasado.
El tratar a una persona de la misma manera en la que lo etiquetaste en el pasado va a provocar en él casi seguro las mismas reacciones, esto reafirmará tu ego con un ¡no me equivocaba con él!. Pero recuerda que él se marchará pensando lo mismo sobre ti, no verá ni un ápice de avance en tu persona y se irá pensando ¡sigue igual que siempre!.
Es el juego que hemos aprendido desde niños, donde somos etiquetados según nuestras «facultades» académicas, deportivas, artísticas, sociales,… lamentablemente a algunos le acompañan toda la vida, otros logran romper esas cadenas y llegan a triunfar precisamente en eso que eran «nulos». Aunque las más difíciles de eliminar son las que contienen referencias religiosas, raciales, físico o tendencia sexual.
Miremos a las personas a los ojos, tratemos de ver su corazón, en la pureza de la mirada puedes conectar con la plenitud del alma de cualquiera que te encuentres. Borra las etiquetas de tu mente de todo aquel que conozcas, incluso al que ves todos los días, y el mundo que vives cambiará.